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Del átomo al algoritmo y del espacio al ciberespacio

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

"El niño ha nacido bien". Esas fueron las palabras con las que se informó al presidente estadounidense Harry S. Truman que la primera bomba atómica había sido probada con éxito. Fueron las palabras que anunciaron el comienzo de una nueva época. Era el 17 de julio de 1945. Truman estaba en Postdam. Hasta el dos de agosto sostendría conferencias con el primer ministro británico Winston Churchill y el líder soviético Josef Stalin. El reparto de la Europa post nazi dominaba la agenda. Pero había otro tema. El 25 de julio, casi como de paso, Truman informó a Stalin que los estadounidenses poseían una nueva arma de una capacidad destructiva nunca antes vista, y que estaban dispuestos a usarla contra Japón. El soviético no dijo una sola palabra. A Churchill le pareció que estaba sorprendido y que no sabía muy bien de qué se le hablaba. Pero sí lo sabía. Sus espías le habían informado del Proyecto Manhattan que lideraba Robert Oppenheimer. Incluso la URSS contaba ya para entonces con un programa atómico como el de los estadounidenses. Stalin se comunicó con Igor Kurtchatov, líder del proyecto atómico soviético, para ordenarle que acelerara el trabajo. Quería la bomba cuanto antes. No pasaron ni cinco años. El 22 de agosto de 1949 la URSS probó su primera arma atómica. La carrera armamentista nuclear había iniciado de la mano de la Guerra Fría.

Durante cinco décadas contar con tecnología nuclear se convirtió en el factor decisivo de la ventaja geopolítica. El dominio de la fuerza del átomo marcó la diferencia entre las superpotencias y el resto de los países. Ese desarrollo tecnológico aportaba una capacidad de fuego sin precedentes y la posibilidad de generar energía en grandes cantidades sin usar combustibles fósiles. Pero la era bipolar concluyó en la década de los 80, cuando la URSS y EEUU firmaron los tratados de control de armas nucleares y el desastre de Chernóbil levantó desconfianza sobre la proliferación de la energía nuclear. El colapso del imperio soviético en 1991 marcó el comienzo de la era del unipolarismo del imperio estadounidense. Bajo distintas condiciones se gestó una nueva revolución tecnológica cuyo protagonista ya no sería el átomo, sino el algoritmo. La pugna geopolítica se ha trasladado de la revolución de la energía nuclear a la revolución de la inteligencia artificial. Uno de los contendientes es el mismo que en la Guerra Fría, Estados Unidos. El otro ha cambiado. China, en otras circunstancias, ha tomado el relevo de la Unión Soviética. De la misma manera que poseer el secreto de la bomba era antes una ventaja estratégica, hoy lo es desarrollar los algoritmos más avanzados que permitan la inteligencia artificial más potente y eficiente. Y es que la IA ha reconfigurado la competencia entre potencias mundiales en los albores de una nueva era multipolar.

Otro componente clave de la Guerra Fría fue la carrera espacial. Así como la URSS tuvo su momento "bomb" en 1945, EUA tuvo su momento "Sputnik" doce años después. "La Unión Soviética, al parecer, ha ganado la delantera a Estados Unidos y ha lanzado primero el satélite artificial. La Casa Blanca se abstuvo de hacer declaración alguna sobre la noticia que no cabe duda tomó a esta capital de sorpresa". Así inicia la nota de la UP que informó el 4 de octubre de 1957 de la puesta en órbita del Sputnik. Casi cuatro meses después, Estados Unidos lanzó el Explorer 1. Comenzaba la carrera por la conquista del espacio. La potencia americana tardó 12 años en superar a su rival soviético. Lo que al principio era un asunto de prestigio científico, se convirtió en un tema de validación del sistema político y económico. El individualismo capitalista americano contra el colectivismo socialista euroasiático. Hoy la carrera espacial tiene nuevos jugadores: las empresas privadas. Algunas de ellas también están vinculadas con la carrera ciberespacial, el nuevo ámbito de competencia geopolítica.

Hay quienes quieren ver en el lanzamiento del modelo chino de IA generativa Deepseek de enero de 2025 un "momento Sputnik". Pero en realidad ese momento llegó en 2022, con el lanzamiento de ChatGPT, de la empresa estadounidense OpenAI. El primer paso lo dio Estados Unidos. China dio alcance tres años después. Si en la carrera espacial la ventaja la daba la capacidad de propulsión, en la carrera ciberespacial la da la capacidad de cómputo. Al lanzar en julio de 2025 el Plan de Acción de IA para Estados Unidos, el presidente Donald Trump usó claramente la referencia: "hay que ganar la carrera de la IA como ganamos la carrera espacial". Pero hoy no se trata sólo de un asunto de prestigio ni de demostrar cuál de los modelos productivos es mejor, el capitalismo de mercado americano o el capitalismo de estado asiático. La supremacía algorítmica va más allá del poder tecnológico; significa poder político, económico y militar. La gran diferencia con el dominio del átomo y la conquista del espacio es que el dominio del algoritmo y la conquista del ciberespacio permea directamente todos los ámbitos de la vida cotidiana. La revolución tecnológica de la IA no es un proceso del que seamos sólo testigos temerosos y/o asombrados, como lo fueron quienes temían a la bomba y se sorprendían con los cohetes espaciales. Somos usuarios y partícipes de una revolución que tiene el potencial de transformar por completo nuestra realidad, para bien o para mal.

La IA es el corazón de la competencia geopolítica del mundo multipolar que surge en el seno de un orden global unipolar que desaparece. Y a diferencia de la Guerra Fría, hoy no son sólo dos potencias las que están en liza. Además de Estados Unidos y China, que llevan una ventaja considerable, en el horizonte aparecen la Unión Europea, la India, el Reino Unido, Rusia, entre otras. Pero no se trata únicamente de un juego entre potencias estatales. Si algo caracteriza a la revolución tecnológica actual es que los actores privados, las empresas tecnológicas, asumen un protagonismo inusitado gracias al poder que adquieren, sobre todo en Occidente. Son empresas que rivalizan con los gobiernos en recursos y confianza, y que marcan la pauta en la inversión. El empoderamiento de dichas compañías conduce a la creación de una verdadera tecnoligarquía que se entiende de tú a tú con el poder político, y se coloca por encima del poder económico tradicional, cada vez más dependiente de la tecnología para prevalecer. Quien crea que el desarrollo de la tecnología puede ser neutral, se equivoca. Los gobiernos privilegian a ciertas empresas. Las empresas toman partido. Y ambos, sector público y privado, compiten entre sí. Del átomo al algoritmo y del espacio al ciberespacio, la pugna geopolítica y tecnológica posee numerosos frentes.

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