Toda utopía se queda corta. Es fácil de imaginar, difícil de concretar. El gobierno y los simpatizantes de Morena que opinan en los medios de comunicación están felices porque el gobierno de AMLO logró sacar de la pobreza a 13.4 millones de personas. Es un gran mérito, tanto moral como económico y social.
Hasta ahí llegó casi todo de la prometida gran transformación, salvo el haber desplazado a una élite política para imponer otra. Por estar en el poder no parecen estar frustrados por todo el potencial de mejora que se prometió y ya se perdió. La lucha contra la corrupción se volvió incompatible con el cemento del pacto político morenista: los aliados importantes están protegidos. Se reparte dinero, pero hay austeridad republicana en la provisión de servicios públicos. Sigue el desabasto en el sistema de salud, pero como ahora el servicio es formalmente gratuito, los médicos ya no pueden pedirle al paciente con una fractura expuesta que compre el tornillo que les falta para poder operarlo.
No hay una sociedad participativa y democrática. Estamos como con el viejo PRI: el acarreo al mitin del Zócalo lo muestra descaradamente. La afiliación de los millones de morenistas se hace desde arriba. El militante espera y agradece las transferencias sociales administradas por un cuerpo morenista inserto en la administración pública, los Servidores de la Nación, para movilizarse cuando se lo pidan.
Estamos lejos de ser un país de más libertades. Hay más mexicanos en prisión que antes, cortesía de la ampliación de la prisión preventiva oficiosa, es decir, el encarcelamiento antes de un juicio por delitos llamados graves, como el robo a casa habitación sin violencia. Esto en un sexenio que fue tímido frente al crimen. El 40 por ciento de los presos está en espera de sentencia.
Los militares juegan un papel más importante que nunca. Los mismos que reprimieron a las guerrillas y a la izquierda en los años 70 y que según más de un morenista son responsables de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa. No les importa porque hoy le son leales al poder.
La lucha contra el crimen después de seis años de abrazos, pero sin contrapesos institucionales, nos puede llevar a una suerte de "bukelismo light": presuntos criminales sin derecho a una defensa justa. Tan sólo en el primer año de Sheinbaum la población penitenciaria aumentó más del 8 por ciento.
Nuevamente hay acoso judicial o incluso cárcel para quienes se consideran adversarios. Es previsible que los rasgos autoritarios del régimen se vayan consolidando.
El gobierno quedó lejos de tanto de lo prometido no porque el costo político de subir los salarios reales fuera tan alto que ya no pudo hacer más. AMLO optó por repartir recursos para crear una base electoral leal y conseguir un amplio triunfo para poder concentrar el poder. Tomó decisiones absurdas, como refinar el mayor crudo posible, siendo que cada barril procesado adicional incurre en un costo mayor, y que esas pérdidas van quitando al gobierno recursos para lo más esencial.
Falta ver si la reducción de la pobreza es sostenible. Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Cristina Fernández en Argentina lograron en los primeros años de sus gobiernos altos niveles de crecimiento y una mejoría en los niveles de vida de los más pobres. Todo y más se desplomó por las profundas crisis macroeconómicas subsecuentes.
El caso de México es distinto. AMLO optó por un modelo donde se prioriza la estabilidad macro y se acepta el bajo crecimiento. El meollo es que sin crecimiento económico no hay bienestar sostenible. Esto es lo que ahora el gobierno con todo su poder tiene que resolver. Con un pastel que no crece, redistribuir será cada vez más complicado y si la redistribución e incertidumbre disuaden la inversión, el pastel se va a ir achicando, con lo cual las carencias y demandas sociales no resueltas en los seis años anteriores irán creciendo.
ÁTICO
La reducción de la pobreza es un gran mérito, pero hasta ahí llegó casi todo de la prometida gran transformación.