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Vibremos positivo | LA EXPLOSIÓN DEL ENOJO

CLAUDIO PENSO

Cierto día me contrataron para mejorar la organización. Se trataba de un grupo de empresas con negocios diversificados. Las decisiones estaban concentradas en pocas cabezas. Al comenzar, quise conocer a los principales colaboradores y, a poco de iniciar el proceso de escucha, muchos de ellos, incrédulos, comenzaron a transformar la apatía en entusiasmo. El liderazgo y la cultura de esa organización no eran precisamente inspiradores, sino todo lo contrario. Pedían resultados y exigían alta performance a cambio de nada. Esto había generado un ambiente poco propicio y sin expectativa de cambio.

Poco tiempo después, recibí un mensaje para pedirme que hiciera un impasse. No había ninguna disconformidad con el proceso iniciado, sino que se había complicado uno de los principales proyectos, enteramente vinculado a áreas gubernamentales, y el futuro era incierto. Lejos de abandonar el barco, intenté apoyar, aporté un análisis estratégico y consensuamos un plan para salir de la zona de riesgo.

Al irme, me quedó un sabor amargo. Me di cuenta de que el impulso de cambio solo era una maniobra distractora; el programa había generado expectativas en la gente y discontinuarlo seguramente provocaría malestar y frustración. Sin embargo, así sucede muchas veces: los líderes hacen pruebas, intentan tratamientos que luego discontinúan, y la organización espera y desespera cada vez con más incredulidad.

Tenía honorarios pendientes; la empresa tenía el mal hábito de pagar a destiempo. Esperé un tiempo prudencial, nadie me llamó. Silencio. Dejaron de contestar mis mensajes. Me sentía indignado. Varios meses después, me citaron para saldar la deuda pendiente. El responsable financiero me extendió dos cheques con plazo de cobro a sesenta días. Le dije que esta dilación era una verdadera vergüenza.

Me respondió: “Ya los conociste, si te necesitan te cuidan y si no, te tiran”.

El enojo me brotó como un volcán, no me salían las palabras. Caminamos en silencio hacia la salida. Al llegar, nos detuvimos. Cuando toqué el picaporte para salir, la puerta doble de blindex estalló como una granada. Todos los vidrios cayeron en cascada, como una lluvia frenética, sobre el hombre que estaba detrás de mí. Me miró horrorizado; él no sabía qué hacer y yo tampoco. Tenía heridas superficiales; a mí no me había rozado ninguna esquirla.

Nos miramos profundamente perturbados.

¿Puede una emoción reprimida provocar una explosión? Muchos años después supe que la energía, algo aparentemente tan invisible, cuando está impregnada de enojo, a veces se propaga como el fuego sobre la pólvora hasta materializarse.

Lo mismo sucede con el amor.

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