LA MEJOR VERSIÓN DE TUS HIJOS DEPENDE DE TI
Educar a un hijo es, quizá, una de las tareas más profundas y trascendentes que existen. No solo estamos guiando su presente, sino acompañando la construcción de lo que algún día serán. En ese proceso, uno de los mayores regalos que podemos ofrecerles es enseñarles a buscar, siempre, la mejor versión de sí mismos.
Ser mamá o papá no viene con un manual, ¿verdad? Todos los días aprendemos, vamos sobre la marcha y, a veces, nos equivocamos. Y no, no se trata de que sean los mejores en todo o que vivan presionados por alcanzar la perfección. Se trata de ayudarlos a descubrir quiénes son, qué los hace felices y cómo pueden seguir creciendo con amor, con respeto y con un propósito.
Ayudarles en este camino empieza por enseñarles a conocerse, a reconocer sus fortalezas, aceptar sus debilidades y entender que todos estamos en constante aprendizaje. Cuando un niño aprende que los errores no son fracasos, sino oportunidades para mejorar, está construyendo una base sólida para su autoestima y su confianza.
Como mamás y papás, nuestro papel es acompañarlos, animarlos a ponerse metas realistas, celebrar sus logros (por pequeños que parezcan) y recordarles que el esfuerzo vale más que el resultado. Esa es la forma en la que van aprendiendo a creer en sí mismos.
También es importante enseñarles a tener una mentalidad de crecimiento: que no se trata de "soy bueno o no soy bueno en tal o cual cosa", sino de "puedo aprender, puedo mejorar". Esa idea les da fuerza para enfrentar los desafíos sin rendirse y los ayuda a ver la vida como un camino lleno de posibilidades.
Enseñarles a levantarse después de una caída es, quizás, una de las lecciones más valiosas que podemos ofrecerles. La resiliencia les permite enfrentar las adversidades sin perder la esperanza y los prepara para caminar con fortaleza ante los inevitables tropiezos de la vida.
Y claro, parte de este proceso es enseñarles a ser resilientes. Hoy en día, los niños tienen cero tolerancia a la frustración; les urge aprender esa capacidad de levantarse después de caer. Pero lo más importante es enseñarles a ver que de cada caída se aprende y a aceptar que se pueden adaptar a los diferentes escenarios que la vida les da; que no siempre todo va a salir como quieren y que pueden adaptarse a las diferentes situaciones que se les presenten. Y es que, cuando nuestros hijos entienden que equivocarse no los define, sino que los impulsa a seguir, es cuando se vuelven más fuertes y más seguros.
Con el tiempo, buscar su mejor versión también los hace más conscientes y empáticos. Aprenden que sus acciones tienen un impacto en los demás y en el mundo. Y así, poco a poco, se convierten en personas que no solo piensan en sí mismas, sino que quieren aportar, ayudar y construir un entorno mejor.
Educar con este enfoque no significa criar hijos perfectos, sino hijos conscientes, auténticos y en constante crecimiento. Es enseñarles que cada día pueden ser un poquito mejores que ayer, sin compararse, sin presionarse y con mucho amor.
Al final, eso es lo que todos queremos: hijos felices, seguros, compasivos y con ganas de dejar una huella positiva en el mundo.
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