El 29 de octubre se conmemoró el Día Internacional de los Cuidados y el Apoyo, una fecha instaurada por las Naciones Unidas para reconocer algo que parece invisible, pero que sostiene la vida misma: el trabajo de cuidar.
Llevar y traer a los hijos e hijas a la escuela, correr a la papelería por la cartulina que les encargaron y estar a tiempo en el entrenamiento de futbol; ir con el adulto mayor de la familia a las consultas médicas, acompañarle en su día porque hay que estar pendiente de que no se caiga; atender a alguna persona enferma o simplemente garantizar que el hogar funcione al ir a hacer el pago de la luz, comprar la despensa, hacer la comida, lavar la ropa y conseguir que venga el plomero son acciones cotidianas que requieren tiempo, energía y amor.
Sin embargo, en nuestra sociedad, ese trabajo -que en su mayoría realizan las mujeres- sigue siendo poco valorado, poco remunerado y, muchas veces, asumido como una obligación "natural" (que se ha puesto muy de moda como "energía femenina") y no como lo que realmente es: un trabajo esencial para el bienestar común que no está ligado a ningún género per se.
El cuidado implica vínculos, afecto y responsabilidad; pero también implica justicia. Entender que el Estado, las comunidades, las familias y las personas compartimos la responsabilidad y que nadie debería verse obligado a elegir entre trabajar o cuidar, entre estudiar o atender a alguien que lo necesita.
En México, las mujeres (casi siempre mamás) realizan más del doble de horas de trabajo de cuidado no remunerado que los hombres al cocinar, limpiar, acompañar o cuidar a familiares. Y esto no solo en los casos de amas de casa de tiempo completo, sino también entre la población de mujeres económicamente activas. Ellas, además de sus jornadas laborales de 40 horas, invierten 24 horas a la semana de trabajo de cuidado, contra menos de 12 que invierten los hombres en las mismas circunstancias.
Lo que nos plantea un desafío urgente: ¿quién cuida a quienes cuidan? ¿Quién cuida a esas madres, hijas, abuelas, hermanas, maestras y cuidadoras que cada día sostienen el mundo sin que su trabajo sea reconocido ni recompensado como merece?
Por eso es urgente hablar de descanso, autocuidado, redes de apoyo y visibilidad. ¿Quién cuida en tu casa? ¿Cómo se reparten las tareas? ¿Qué se puede hacer para equilibrar las cargas? ¿Le reconocen a esa persona como es debido el trabajo que hace? En tu trabajo, ¿hay políticas que permitan a todos los colaboradores tener un equilibrio de participación en la vida y la familia?
Sostener la vida -y permitir que otros puedan desarrollarse, trabajar, aprender- depende del trabajo de cuidado. Por tanto, reconocerlo, valorarlo, reducir su desigual carga y redistribuirlo equitativamente es una cuestión de justicia de género, un imperativo de derechos humanos y un pilar para sociedades más sostenibles.
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