Creo que estamos exactamente en la mitad de la tormenta. Durante las últimas semanas he estado recorriendo Estados Unidos, de costa a costa, y me he encontrado con un panorama desalentador. El principal elemento es el miedo: miedo a perder la democracia después de casi 250 años; miedo a ser arrestado y deportado por agentes de la policía migratoria (o ICE); miedo a decir algo equivocado o políticamente incorrecto y poner en riesgo el trabajo, la visa o la oportunidad de estar en el país; miedo a protestar contra el gobierno de Donald Trump y que te acusen de insurrección; miedo a que te separen de tu familia; miedo a postear o repostear algo disruptivo en las redes que sea sacado de contexto; miedo a ser uno mismo y expresarse con libertad.
Las escuelas y universidades deberían ser los lugares más libres de la nación, con absoluta libertad de cátedra y promoviendo debates sobre los temas más candentes y polémicos. Pero profesores, alumnos y dirigentes escolares me han contado que lo piensan dos veces (y hasta tres) cuando se trata de discutir en clase o en público asuntos como el presidente Trump y miembros de su gabinete, migración, el activista asesinado Charlie Kirk o el conflicto entre Israel y Palestina. La Casa Blanca y varios gobernadores han amenazado a muchas universidades con cortarles millones de dólaresen fondos de ayuda para becas, subsidios e investigación si no eliminan sus programas de diversidad, equidad e inclusión y limitan el ingreso de estudiantes extranjeros, entre otras exigencias.
Las universidades no son las únicas bajo ataque. Jueces, políticos de oposición, periodistas y cualquiera que haya cuestionado la conducta de Trump en el pasado podría ser investigado por el actual Departamento de Justicia, como ha ocurrido con James Comey, el exdirector del FBI; con el exembajador John Bolton y con la fiscal general de Nueva York, Letitia James. Es la venganza como política de estado.
Hace poco caminaba por DuPont Circle, una de las zonas comerciales y llenas de embajadas en Washington, D.C., y me encontré con seis miembros de la Guardia Nacional, con armas de guerra, patrullando un parque repleto de turistas. En mis cuatro décadas como reportero había reportado sobre momentos de militarización en América Latina pero nunca en Estados Unidos. Hasta hoy.
Y no debemos normalizarlo. Como tampoco podemos normalizar que agentes federales, con la cara cubierta, sin identificación ni orden de captura, detengan a inmigrantes que no tienen antecedentes penales y los separen en las calles y en las cortes de sus hijos. Son escenas de verdadero terror. Y se repiten todos los días. Ese es el Estados Unidos de Trump en este 2025.
Alguien que ya ha vivido cosas parecidas es la escritora Isabel Allende. Tuvo que huir de Chile luego del golpe militar encabezado por Augusto Pinochet en contra de su tío, Salvador Allende, en 1973. Isabel vive hoy en California cerca de San Francisco, y la entrevisté para un podcast en inglés - "The Moment" - que estoy haciendo con mi hija, Paola.
"¿Estamos perdiendo la democracia aquí en Estados Unidos?", le pregunté a Allende. "Creo que sí, y creo que nos va a costar mucho recuperarla", me dijo. Pero todavía no vivimos en una dictadura, le comenté. No nos van a encarcelar a ti y a mí por las cosas que estamos diciendo sobre el actual gobierno. "No, pero podrías ser acosado", me respondió. "Familias han sido amenazadas. Podrías ser acosado y forzado a vivir con miedo y callarte", continuó Allende. "Hay muchas maneras de establecer un gobierno autoritario y que no es necesariamente un golpe de Estado con los militares. Empiezas dividiendo a la gente. La manera de controlar es dividiendo, así que la gente eventualmente ni siquiera se habla entre sí. Y luego estableces un sistema de miedo, y cuando la gente tiene miedo, se paraliza. Y entonces puedes actuar".
Hoy, en Estados Unidos, estamos viviendo el momento del miedo. Esa es la tormenta.
Pero hay señales de resistencia y desobediencia pacífica por todos lados. Hace unos días más de siete millones de estadounidenses protestaron en 2,700 marchas, según cifras de sus organizadores, para quejarse de las decisiones autoritarias de Trump y para insistir en que en Estados Unidos no queremos reyes. El gran reto (y peligro) para enfrentar los sistemas autoritarios, particularmente cuando comienzan, es no quedarse callado. Las democracias mueren en el silencio.
No sabemos cuántas vueltas va a dar la historia. Aunque el futuro sí depende de nosotros. Estoy absolutamente convencido que dentro de unos años nos van a preguntar: Y tú ¿qué hiciste cuando la democracia estaba en peligro en Estados Unidos? Cada uno tendrá su respuesta. La mía es que he estado haciendo periodismo independiente y denunciando los abusos a los inmigrantes y a los latinos. Insuficiente, sin duda. Pero como diría el pintor Joan Miró: "El más mínimo ruido, en el silencio, se hace enorme".
Isabel Allende, a sus 83 años, también tiene su respuesta. Alguna vez dijo que no quería nunca volver a vivir en una dictadura y, ciertamente, podría irse a cualquier parte del mundo, lejos de Estados Unidos. "Pero no me quiero ir", me dijo, mirándome a los ojos. "Me quiero quedar y alzar mi voz".