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Recuerdos de una vida olvidable

Yo sí te entiendo, Adán Augusto

MANUEL RIVERA

Para algunas personas la realidad puede convertirse en insoportable, ya sea por el miedo a lo verdadero o la angustia por amenazantes pesadillas.

Otras, tal vez las mejor adaptadas al entorno, prefieren diseñarla a su gusto u optan por tratar de convencer que el mundo real es el de ellos, no el que perciben los demás.

Escoger la realidad que se desea vivir, lejos de ser un autoengaño, podría ser un don de personas capaces de burlar las preocupaciones y quizá hasta de burlarse de ellas mismas, cualidad superior de unos cuantos elegidos.

En consecuencia, entiendo al senador Adán Augusto López, aunque no lo admire debido a mi envidia por la bonanza ajena, el mando que algunos ejercen sobre la risa propia y la construcción de la realidad bajo pedido.

La lección de su caso muestra la alternativa que tienen los seres humanos para flagelarse por los aconteceres incontrolables o transformarlos en mentiras dirigidas a otros y verdades para protección de su creador, que es lo que finalmente importa.

Recuerdo cuando en mi etapa preparatoriana el director de la escuela pidió hablar con mi mamá, sólo para convertirme involuntariamente en "héroe por un día" ante mis compañeros.

El llamado fue más que justificado debido a mi pésimo desempeño académico, sin embargo, ya fuera por mi exorbitante cinismo o excelsa vocación de mártir, cuando el director concluyó con su larga lista de fundadas imputaciones lo ignoré olímpicamente, volteé hacia mi madre y sin la menor alteración le pregunté qué había de cenar.

Caso cerrado. El director cumplió con lo que creía era su deber, mi mamá escuchó pero no juzgó, yo descalifiqué la verdad evitando que se interpusiera en la construcción de mi realidad alterna y varios de mis amigos admiraron momentáneamente mi supuesto valor para desafiar a la autoridad.

¿Cuántas personas en un ejercicio de sinceridad aceptaríamos que preferimos ver un juego de la Champions en lugar de la ensayada comparecencia de un funcionario ante una mayoría amiga? ¿Cuántos admitiríamos que en algún momento de nuestra vida nos hemos fingido muertos ante la cercanía de una amenaza, como si esta fuera un oso en búsqueda de comida?

La vida es injusta e inmune al reclamo por ello. Mientras una mayoría se ve obligada a limitar gastos y ambiciones, una minoría los insulta incurriendo en excesos.

Pero ninguno de nosotros está ajeno a sus reglas.

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