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Sin nafta y en el aire

CLAUDIO PENSO.-

El 22 de julio de 1983 el Boeing 767 de Air Canadá volaba a 12.497 metros, desde Montreal hacia Edmonton. De pronto comenzó a sonar el sistema de alerta indicando un problema de presión de combustible en el lado izquierdo de la aeronave. Los pilotos la apagaron suponiendo que había una falla en una de las bombas y asumiendo que la gravedad haría que el combustible alimentara a los dos motores. Los instrumentales se volvieron inoperativos. Unos segundos más tarde, una segunda alarma de presión de combustible sonó, el motor izquierdo falló y el capitán Robert Pearson decidió desviarse a Winnipeg. Pensaba un aterrizaje con un solo motor.

Mientras trataban de reiniciar el motor izquierdo, una alarma intensa los paralizó, avisando que los motores estaban fuera de servicio. Este evento jamás se había simulado en los entrenamientos. Casi todos los paneles de instrumentos de la cabina se apagaron y el avión perdió toda su potencia.

El Capitán Pearson tenía mucha experiencia con planeadores, haciendo cálculos vertiginosos mantuvo la aeronave a 407 km por hora, la velocidad ideal de tasa de descenso.

Sin potencia, intentaron bajar el tren de aterrizaje por gravedad, pero debido a la corriente de aire no consiguió anclarse en la posición correcta. La velocidad disminuía y transformaba la maniobra cada vez más peligrosa. El copiloto sugirió aterrizar en la base aérea de Gimli. Sin embargo, no sabía que ese lugar se había convertido en una pista de automovilismo. Justo ese día se estaba celebrando el día de la familia con cientos de personas acampando.

Cuando la pista estaba más próxima, Pearson ejecutó una maniobra llamada derrape, sobre un campo de golf y aplicando los frenos con fuerza hasta que explotaron los neumáticos, el morro del avión se arrastraba por la pista reduciendo la velocidad, hasta detenerse por completo a pocos metros de los curiosos.

Hay ocasiones en que la vida se asemeja a ese vuelo, todo parece transcurrir con normalidad y de pronto los acontecimientos se precipitan en una secuencia siniestra. Se agota la potencia que nos sostenía para continuar, se encienden todas las alarmas y la incertidumbre lo impregna todo.

¿Cómo continuar viviendo cuando no hay combustible, ni fuerzas y el descenso es inevitable?

Cuando no hay fuerza, sólo se puede planear, usar nuestra capacidad inercial. La calma evita que la desesperación nos haga colapsar.

El rumbo debe cambiar. Escoger una opción para aterrizar es otra clave. Los aviones sin instrumental y sin combustible suelen estrellarse, los hombres pueden apelar a su instinto, a su intuición para desacelerarse.

No es posible volar o vivir sin nafta.

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Claudio Penso

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