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CLAUDIO PENSO.-

Vladímir llich Uliánov, conocido como Lenin, era un destacado ajedrecista y lector voraz. Como les sucede a todos los que tienen el hábito de la lectura, él leía todo cuando llegaba a sus manos. En su adolescencia accedió a los libros prohibidos, la lectura de los demócratas, que era considerada un delito en la férrea represión que ejercían los Zares. Vivió en el exilio y muchas veces fue apresado por sus ideas revolucionarias. Pasó un largo período en la Siberia meridional, en la frontera con China. Para poder comunicarse con sus camaradas, les enviaba mensajes cifrados usando los libros de la biblioteca.

¿Cómo lo hacía sin arriesgarse a ser descubierto?

Marcaba con puntos algunas letras en el texto. Lo hacía con leche y un tintero hecho con migas de pan. Si detectaba algún peligro, podía comerse las pruebas sin dejar ningún rastro.

Durante el período en el que gobernó, se aseguró de prohibir estos elementos en las cárceles.

Tanto los barrotes, grilletes y todo cuanto cercenó la libertad de los hombres, sólo fue un impedimento para el cuerpo, la mente no podía recluirse. Muchos prisioneros, como Lenin, idearon métodos creativos para conspirar y poder soltar sus palabras.

Muchos prisioneros, con muros reales o invisibles, tienen algo que decir y cuando esa necesidad se manifiesta, es tan intensa que trasciende la opresión de los barrotes.

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