A Jaime Sabines le encanta Dios y a mí me encanta Jaime Sabines. En nuestro idioma el verbo encantar puede usarse con diferentes significados pero a mí me encanta éste porque me parece francamente encantador. Cuando se usa así, el verbo encantar significa “gustar mucho, agradar intensamente”.
El poeta chiapaneco dice que le encanta Dios porque “es un viejo magnífico que no se toma en serio, que le gusta jugar y juega, aunque a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna”.
Habrá mentes chaparras que pensarán que hablar así de Dios, con tanta informalidad, es una falta de respeto, pero yo no lo creo así. Al contrario, creo que a Dios le encanta que lo tratemos así, como lo hace Sabines, el encantador Jaime Sabines.
Me encanta que un poeta como él, habitualmente marcado por la concepción trágica del amor y por las angustias de la soledad, se tome esas familiaridades con Dios, que, aunque sea nuestro Ser Supremo, pues es nuestro Dios y como es el que nos creó, no creo que le moleste que lo veamos como a un familiar cercano y que le tengamos tantísima confianza.
Este poeta tan alejado de las tendencias, un creador solitario y desesperanzado, dice que “Dios es un poco cegatón y bastante torpe con las manos”.
“Dios nos ha enviado — dice— a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo, o Mahoma, o mi tía Chofi para que nos digan que nos portemos bien. Pero esto a él no le preocupa mucho. Nos conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se almuerza a la pequeña, que el hombre se traga al hombre y por eso inventó la muerte, para que la vida —no tú ni yo— la vida, sea para siempre”.
“Viejo sabio o niño explorador, cuando Dios deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.
Mueve una mano y hace el mar, y mueve la otra y hace el bosque y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.
Dios siempre está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el barboteo de luz, el manantial que soy.
A mí me gusta, a mí me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios”.
Así lo expresa el grandioso Jaime Sabines.
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ME PREGUNTA Martha Ávila: ¿Cuál es la forma correcta, muramos o muéramos?
LE RESPONDO: Lo correcto es muramos, primera persona en plural del presente del modo subjuntivo del verbo morir.
LAS PALABRAS TIENEN LA PALABRA: No se puede admitir la violencia ni siquiera contra la violencia misma.