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¿POR QUÉ HAY PERSONAS QUE COBRAN DEUDAS EMOCIONALES SIN DARSE CUENTA?

BECKY KRINSKY

Cuando el dolor se convierte en la razón para no avanzar Mientras exista el dolor, existe también una historia donde uno “tiene razón”.

Una hija insiste en que sus padres le deben pagar otra carrera universitaria. Afirma que la lastimaron en su infancia, que nunca la apoyaron como merecía y que su infelicidad actual es culpa de ellos.

Un esposo asegura que la vida ha sido injusta. Se queja de que trabaja, se esfuerza y da todo, pero nada le resulta. Siente que el mundo le debe por todo lo que ha sufrido y por las oportunidades que nunca tuvo.

Una madre siente que sus hijos no valoran su entrega. Asegura que ha hecho todo por ellos, pero que nadie se lo reconoce. Sus hijos, por su parte, la acusan de hacerse la víctima, de quejarse demasiado y de buscar siempre los problemas.

Distintas personas, distintas historias… pero un mismo fondo: la sensación de estar en deuda emocional. Cada una lleva en el corazón una libreta invisible donde anota lo que dio, lo que no recibió y lo que todavía cree que merece.

Cómo se cobran las deudas emocionales Hay quienes cobran esas deudas con distancia: se alejan o castigan con el silencio.

Otros las cobran con culpa: recordando una y otra vez lo que les hicieron.

Y algunos lo hacen con exigencia: esperando que la vida, los padres, la pareja o los hijos compensen lo que no fue justo.

El problema es que las deudas emocionales no se pagan con dinero ni con disculpas. Se cobran con reclamos, resentimientos o exigencias que nunca llenan el vacío original. Y cuanto más se intentan cobrar, más se agrandan las heridas.

Muchas veces, estas personas no se dan cuenta de que están cobrando. Creen que solo están pidiendo justicia, reconocimiento o amor. Pero sin saberlo, repiten una historia donde el dolor se convierte en identidad y la herida, en una forma de tener razón.

Cuando el dolor se vuelve identidad Más allá del sentimiento de injusticia o del deseo de reparación, estas personas organizan su identidad alrededor del daño. El dolor deja de ser un evento y se convierte en una definición personal: “Soy la persona a la que le fallaron, la que no tuvo suerte, la que siempre dio más.” Esa identidad victimizada sostiene una doble creencia:

o tengo control sobre lo que me pasa.

Alguien debería compensarme por lo que me hicieron.

Así, el sufrimiento se vuelve una moneda simbólica de valor emocional: “Como he sufrido tanto, me corresponde algo mejor.” El problema es que, mientras sigan cobrando, no sueltan el pasado. Incluso cuando la vida les ofrece nuevas oportunidades, las miran con desconfianza o sienten que no son suficientes. Su dolor se convierte en un refugio conocido y en una justificación que impide avanzar.

Camino de transformación El cambio comienza cuando la persona reconoce el beneficio oculto de seguir dolida: esa ganancia emocional que permite tener razón, atraer atención o justificar la inmovilidad.

Comprender que ese beneficio ya no ayuda a vivir mejor es el primer paso para sanar. Solo entonces es posible reparar desde adentro, sin esperar justicia externa ni compensaciones que nunca llegan.

Liberarse del papel de víctima no significa negar lo que pasó, sino recuperar el poder personal para escribir una historia distinta.

Ingrediente de la semana: Ver lo que duele Definición: Hay dolores que no desaparecen porque nadie los mira. Ver lo que duele significa tener el valor de reconocer lo que todavía lastima, sin justificarlo, sin esconderlo y sin disfrazarlo de enojo o indiferencia.

Mientras uno no mira lo que fue, ese pasado sigue decidiendo el presente.

Negar el dolor no lo borra: solo lo deja gobernar en silencio.

Aplicación práctica: Cuando te descubras repitiendo una queja o recordando una injusticia, detente y pregunta: “¿Qué parte de esto todavía me duele?” Respira y escucha la respuesta sin defenderte. A veces, el simple hecho de mirar lo que dolió con honestidad es el inicio del alivio. Ver lo que due-le no es revivir el pasado, es dejar de actuar desde él.

Afirmación personal Me atrevo a ver lo que me duele sin justificarlo ni esconderlo detrás de excusas.

Reconozco que aferrarme a tener razón solo alimenta mi dolor y me deja estancado en el pasado.

Hoy decido soltar la necesidad de cobrar lo que ya no puede ser reparado.

Prefiero comprender, sanar y avanzar antes que seguir demostrando quién tuvo la culpa.

Elijo liberarme, no por olvido, sino por amor a mi paz y a mi futuro.

No hay libertad más grande que renunciar a tener razón.

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