A pocos kilómetros de Roma se yergue este conjunto de monumentos extraños y monstruosos creados en el Renacimiento por el duque Pier Francesco Orsini. Le encargó la obra al escultor y arquitecto Pirro Ligorio. En el siglo XVI los nobles competían y exhibían su riqueza de muchas formas, una de ellas era a través de la magnificencia de sus jardines. Sin embargo, Orsini consignó expresamente al artista para que se alejasen de los parámetros usuales de la belleza y alegría. Deseaba que sus jardines fueran habitados por algo único y singular.
Como otros de su estirpe, tenía el destino ya escrito: debía convertirse en militar. No obstante, su naturaleza era sensible y melancólica, tenía una personalidad retraída tal vez por el hecho de haber nacido jorobado. Además, vio morir a su esposa Julia de quien estaba profundamente enamorado. Todo esto quizá desencadenó la decisión de construir estos jardines con tan particulares características.
En la vida de toda persona existen elementos simbólicos que pueden contribuir a descifrar su esencia. En este conjunto, Orsini exhibió su profunda tristeza, su condición vulnerable por haber nacido con un cuerpo imperfecto. Como él, cada uno de nosotros proyecta su signo sobre aquello que elegimos para hablar de nuestro ser más íntimo y secreto. La vida misma que trazamos contiene los rasgos de nuestra identidad más genuina y si miramos con atención podrá leerse lo que somos y aquello que sentimos.
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