En las antiguas mitologías, los dioses encarnaban las pasiones humanas. Entre ellos, dos nombres resuenan con fuerza: Eros, el deseo, la energía que da vida; y Tánatos, el impulso de destrucción y muerte. Estas fuerzas no pertenecen solo al panteón griego; laten, invisibles, en cada decisión cotidiana, en los sueños que mueven a las personas y en el cansancio que las paraliza.
La voluntad humana -esa corriente sutil que hace avanzar los barcos y derretir la nieve que baja de las montañas- ha sido tema de filósofos y psicólogos desde hace siglos. Sigmund Freud, a comienzos del siglo XX, describió a Eros como la pulsión que nos une, que construye, que ama; y a Tánatos como su contracara inevitable, el instinto que nos invita a desaparecer, a volver al silencio. En su mirada, toda la historia de la humanidad es una danza entre estas dos fuerzas.
Nuestra cotidianeidad está impregnada de velocidad, volatilidad y relaciones líquidas, y eso tiene un precio: el agotamiento. Quizá por eso las personas están insatisfechas, llenas de cansancio. El poder de la voluntad parece una rareza. Siempre creí que los hombres pueden hacer milagros si encuentran en sus sueños la fuerza de la voluntad. No hay más que recorrer las biografías de los grandes inventores, artistas y exploradores para ver cómo, incluso en los momentos más oscuros, Eros sigue encendiendo pequeñas hogueras.
Sin embargo, Tánatos también acecha. Se cuela en las ciudades abarrotadas, en la cultura de la hiperproductividad, en la ansiedad y en la creencia de que no se puede ni debe parar. Su disfraz ya no es solo la violencia, sino también la apatía: el agua estancada que inmoviliza los barcos y persuade a las personas de que "ya nada tiene sentido".
En muchas ciudades del mundo, psicólogos y profesionales de la salud que trabajan en hospitales públicos advierten que la fatiga emocional se convirtió en una epidemia silenciosa. "La gente siente que ya no puede soñar", dice Mariana, psicoterapeuta especializada en salud mental comunitaria. "Es como si Tánatos hubiera aprendido a vestir de rutina, a camuflarse en el cansancio colectivo".
Frente a esa realidad, pequeñas historias cotidianas se convierten en actos de resistencia: un maestro que enseña arte en un barrio carenciado, una médica rural que recorre caminos para atender a niños que sobreviven en la marginalidad, un joven que crea una biblioteca popular en su colonia. Son relatos mínimos, pero cada uno de ellos es un recordatorio de que Eros aún respira.
Quizá por eso los mitos no desaparecen: siguen siendo espejos. La rivalidad entre estas dos fuerzas no es solo una metáfora de la vida interior, sino también una guía para entender nuestro tiempo. En cada acto creativo, en cada gesto de cuidado, en cada sueño que vence al cansancio, hay una victoria de Eros sobre Tánatos.
La crónica de nuestra época podría resumirse en ese combate íntimo y colectivo. Como barcos que se niegan a encallar, las personas avanzan gracias a esa voluntad misteriosa que nadie puede medir, pero que, una y otra vez, nos salva del agua estancada.
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