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EL VALOR DE SER VULNERABLES ¿QUÉ TAN PELIGROSO ES UN CORAZÓN ABIERTO?

SUSANA BAUTISTA

Honesto, sin miedo, dispuesto a mostrarse tal como es. ¿Quién se atreve?

No siempre es fácil dejar ver nuestra parte más frágil. Mostrar la vulnerabilidad puede parecer un acto heroico, pero también aterrador. Vivimos en una sociedad que nos empuja a la perfección, al control, a la autosuficiencia. Sin embargo, cuando soltamos esas defensas, cuando nos permitimos sentir y expresar sin máscaras, ocurre algo revelador: el vértigo se disipa, el cuerpo se relaja, y la conexión con los demás se vuelve más auténtica.

Lo que muchas veces evitamos -el error, el desencuentro, la emoción expuesta- es, en realidad, una oportunidad. Una puerta a la comprensión, al crecimiento, a la verdadera intimidad. Cuando nos atrevemos a mostrarnos tal cual somos, algo se aligera. El cuerpo deja de estar en alerta, bajan las tensiones, mejora el descanso, disminuye el dolor. No es solo emocional: es también físico, tangible.

En nuestras relaciones -con amigos, familia, pareja, compañeros- sucede lo mismo. A veces lo no dicho pesa más que lo dicho. Pero cuando hay espacio para expresar lo que sentimos, para compartir desde el amor aunque sea incómodo, los vínculos se transforman. Se estrechan. Se vuelven más sólidos, más humanos. Aceptar la imperfección propia y la ajena es clave. Entender que todos tenemos derecho a equivocarnos nos permite mirar al otro con más compasión. Nos enseña a no reaccionar con dureza, a no hacer de cada diferencia una pelea. La tolerancia no significa estar siempre de acuerdo, sino elegir el respeto como base del encuentro.

Y entonces surge una pregunta poderosa: ¿cómo influimos en el bienestar de los demás? La respuesta es MUCHÍSIMO. Las relaciones están para eso: para impulsarnos, inspirarnos, desafiarnos, transformarnos. Los vínculos no siempre son lineales. A veces se interrumpen, se enfrían, se desconectan. Es parte del proceso. Pero incluso en esas pausas hay aprendizaje. Las relaciones humanas no se estancan: evolucionan, cambian, nos enseñan. Y aquellas que se quedan detenidas en el tiempo, muchas veces simplemente cumplen su ciclo. Necesitamos del otro para avanzar. La soledad puede ser un refugio, pero el crecimiento real ocurre en la interacción, en el roce cotidiano con nuestras personas. Las relaciones son parte de nuestro desarrollo emocional, intelectual y hasta espiritual. Caminamos más lejos cuando no lo hacemos solos.

Rodéate de tu gente. Permítete sentir, expresar, reparar. Equivócate y aprende acompañado. Porque lo verdaderamente peligroso no es tener el corazón abierto, sino pasar por la vida sin abrirlo nunca.

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