Hace unos días fuimos testigos de una disculpa tardía de parte de la SEP para las víctimas del Jardín de Niños Marcelino de Champagnat. Llega tarde, sí, pero abre una ventana para reflexionar. Los abusos que niñas y niños sufrieron en aquel plantel marcaron una herida profunda en sus vidas y en la confianza social hacia las instituciones.
Dicha disculpa no surge como gesto espontáneo, sino que llegó como parte de una sentencia judicial que además exige medidas de no repetición. Por eso, entre otras acciones, el próximo 8 de septiembre se ha establecido como una Jornada Nacional de Concientización sobre la gravedad del abuso sexual y maltrato infantil, en la que tenemos la oportunidad de transformar el dolor en acción, y la indignación en compromiso cotidiano.
Ni los 495 años de prisión que le dieron al agresor, ni ninguna disculpa podrá borrar lo que sucedió, pero sí puede ser el inicio de un cambio. Reconocer el daño es un paso hacia la justicia y la memoria. Convertir el 8 de septiembre en un día de reflexión es importante, pero lo más valioso será que, gracias a él, aprendamos a mantenernos siempre alertas. Que cada mamá, papá, cuidador o cuidadora, maestra, maestro y persona adulta que acompaña a niñas, niños o adolescentes asuma la responsabilidad de mirar con cuidado, de no desestimar las señales y, por sobre todo lo anterior, confiar en su palabra si nos dicen que algo les está pasando o les incomoda.
No quiero convertir este espacio en un motivo de miedo, sino en uno de esperanza y de acción en el que todas las personas seamos responsables de las pequeñas y los pequeños de nuestra comunidad. Que cada escuela, barrio, ciudad construya entornos seguros en donde niñas y niños sean libres, respetados, escuchados y cuidados.
¿Qué se te ocurre que podemos hacer para mantenernos vigilantes? Entendiendo que la vigilancia sea el amor convertido en acción y en sentido social de que nos tenemos que hacer cargo entre todos de las generaciones que vienen. Una sociedad que no cuida a sus niñas y niños es una sociedad condenada a no tener futuro.
¿Qué podemos hacer para que nuestras hijas, hijos, sobrinas, sobrinos, estudiantes, vecinitos se sientan dentro de una red de amor, apoyo y escucha en la que nos puedan contar todo lo que les pasa y estemos prestos para ayudarles?
¿Conocemos los protocolos de todos los espacios que nuestros niños y niñas ocupan como la escuela, el centro deportivo, la academia de baile, el grupo de scouts, entre otros? ¿Cuando nos acercamos a involucrarnos sentimos que hay apertura de quienes están a cargo?
¿Hablamos con otras y otros adultos sobre nuestras preocupaciones, pero también sobre cómo nos comprometemos a tener a salvo a nuestras infancias mutuamente?
Este es un buen momento para cuestionarnos y movernos. El 8 de septiembre no debe ser un día para recordar la tragedia con resignación, sino para renovar el compromiso de nunca más callar, nunca más mirar hacia otro lado. Solo así habrá valido de algo la disculpa a quienes sobrevivieron.
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