Al mudarme, sentía un sabor agridulce. Había entusiasmo por la nueva casa, por los espacios amplios y luminosos, por la promesa de empezar de nuevo. Pero también había una tristeza persistente. Al pensar concretamente en lo que lamentaba, descubrí que no eran solo los recuerdos ni las paredes conocidas. Era algo más: las plantas.
Algunas habían estado allí desde el primer día. Otras las había plantado con mis propias manos, con ilusión, acompañando estaciones, alegrando primaveras y resistiendo inviernos. En mi nuevo jardín, mientras ordenaba macetas y diseñaba canteros, sentí un impulso irrefrenable: volver. Quería despedirme de mi viejo jardín.
De pie frente a mis hortensias, sentí un nudo en la garganta. Parecían frágiles en el final del otoño, sin hojas, sin vida aparente. Pero yo sabía que en esas ramas desnudas latía una historia compartida. No quería dejarlas atrás. Decidí trasplantarlas: desarraigarlas para que continuaran su vida en otra tierra, en otro hogar. Lo hice con cuidado y miedo, sin certezas, con la esperanza de que sobrevivieran.
Los primeros meses fueron silenciosos. El invierno se llevó los colores y el jardín parecía un cementerio de tallos secos. Sin embargo, una mañana de octubre ocurrió el milagro: un pequeño brote verde asomaba tímidamente de una de las hortensias. Como una señal, poco a poco, las demás comenzaron a revivir. Ese acto de traslado, que parecía una sentencia incierta, se transformó en una lección de esperanza.
La historia de estas plantas trasciende la jardinería. Nos habla de nuestras propias mudanzas, físicas y emocionales. Cada cambio de casa, de ciudad o de vida implica arrancar raíces. Dejamos atrás paisajes, rutinas, afectos y también objetos cargados de memoria. Como esas hortensias, al principio nos sentimos vulnerables, expuestos, casi muertos de miedo. Pero con tiempo y cuidados, las raíces vuelven a afirmarse y una nueva etapa florece.
La ciencia botánica explica que el trasplante es una operación delicada: la planta sufre estrés, pierde parte de sus raíces, necesita adaptación a un nuevo suelo. Sin embargo, si el jardinero es paciente y amoroso, el proceso puede fortalecerla. En las personas sucede algo similar: cada cambio nos obliga a reinventarnos.
Hoy el nuevo jardín está lleno de vida. Las hortensias han recuperado su fuerza, como si nunca hubieran sentido el arrancamiento. Pero cada vez que florecen, recuerdo el día en que las arranqué con temor y las cargué en el auto, llevándolas hacia una vida nueva. Y comprendí que en el desarraigo hay dolor, sí, pero también una semilla de renovación.
Te invitamos a seguir nuestras redes sociales en Facebook como vibremospositivo, en Instagram como @jorge_lpz, @vengavibremospositivo y @claudiopenso. Escríbenos a jorge@squadracr.com.