Recuerdo el día que llegué, aterrizando en el aeropuerto de Loiu, Bizkaia, solo, inexperto, con 23 años, con sueños, con ganas, con el corazón que estallaba.
Nunca imaginé lo que encontraría al recorrer tus 7 calles, el Huevo frito, Indautxu, tus luchas y batallas.
Pero lo más sorprendente fue cómo cambiaste mi vida, por dentro, por fuera, desde el fondo, desde mis entrañas.
Me abriste los ojos a un mundo inexplorado, diferente, único, que no conocía.
Me ofreciste los pintxos, la ría, el Guggen, la madre, el Puppy, el Athletic, en fin, el placer de vivir la vida.
Fuiste testigo de mi gran amor, disfrazado de bailarina, donde no pude sucumbir a sus encantos, su cuerpo, sus juegos para embriagarme de sus tristezas y sus alegrías.
Aparecieron los buenos amigos, mi nueva familia, mi comunidad latina: el Ringo, el Mae, el Fertxo, el Mauro, ciudadanos del mundo, haciendo la risa, el baile, la fiesta, nuestra rutina.
Ay, Bilbao, cuánta vida, cuántos daños, cuántos cambios, cuánto tiempo ha pasado. 17 años ya desde que caminaba de Sarriko a Deusto por las mañanas, siempre atrasado.
Ay, Bilbao, cuánto tiempo, cuántos mundos me ha costado entender que todo tiene un fin, que todo se acaba, que todo termina en un momento dado.
Y justo el último día de mi visita, sin esperarlo, el Euskotren me paró frente a mi portal Aita Patxi, recordando lo que era estar a tu lado.
Sentado en el bar de la esquina de siempre, tomando un kalimotxo y un poco cansado, me percaté de que siempre fuiste y serás parte de mi vida, con las tragedias y alegrías de mi pasado.
Me derrumbé y no me quedó de otra que agradecer, llorar, soltar, reír y enviar amor al otro lado, para entender y reconocer que nunca te he olvidado.
Eskerrik asko, Bilbao.
Maite zaitut, Bilbao.
