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CLAUDIO PENSO.-

LA LEY DE MENDIGOS: BARRER LA POBREZA BAJO LA ALFOMBRA

Los Estados Unidos aprobaron una ley: los mendigos no pueden estar cerca de la gente en la ciudad.

Las calles estaban llenas de personas deambulando, con ropas deshechas y miradas perdidas, muchas veces consumidas por las drogas o el alcohol. No era una postal atractiva para turistas ni un panorama cómodo para los vecinos.

La policía aplaudió la norma; los visitantes también. Los ciudadanos, indiferentes, celebraron en silencio no tener que cruzarse con esos fantasmas que incomodaban, quizá porque los hacían pensar demasiado.

Yo estaba ahí y los encontré días después, viviendo debajo de un puente. Habían improvisado una toldería interminable de carpas y colchones húmedos. En la miseria, los cuerpos se acercan para combatir el frío, pero los corazones se endurecen. Allí no había esperanza, solo supervivencia.

Tuve la sensación de que la ciudad los había barrido debajo de la alfombra, como si esconderlos fuera igual a borrarlos del mapa. En el país del consumo y el entretenimiento, la miseria es un estorbo que no combina con el marketing urbano.

INVISIBILIZAR NO ES RESOLVER

Medidas como esta no son nuevas: muchas ciudades del mundo han optado por expulsar a las personas en situación de calle de sus centros turísticos y zonas comerciales. En algunos lugares, incluso se diseñan bancos incómodos, rejas en las esquinas y picos metálicos en los portales para impedir que alguien se acueste allí. Se llama "arquitectura hostil", es una forma elegante de decir que preferimos no ver.

Pero invisibilizar la pobreza no la hace desaparecer. Solo cambia su geografía: de las avenidas iluminadas a los descampados, de las veredas céntricas a los márgenes de la ciudad. La miseria sigue ahí, creciendo en silencio.

EL ESPEJO INCÓMODO

Ver a alguien durmiendo en la calle es incómodo porque nos enfrenta con lo que no queremos aceptar: que cualquiera puede caer, que el sistema que habitamos deja a muchos afuera, que la desigualdad es una herida abierta. Cada persona sin hogar tiene una historia: pérdida de trabajo, enfermedad mental, adicciones, violencia familiar. No se trata de "vagos", sino de personas con nombres, historias y pasados.

Quizá esa incomodidad sea precisamente la que necesitamos para actuar.

UNA DEUDA COLECTIVA

Resolver esta crisis requiere más que decretos: hace falta inversión en salud mental, redes de contención, refugios dignos, políticas de vivienda y una sociedad que deje de mirar para otro lado. Los gobiernos tienen una responsabilidad enorme, pero también la tenemos los ciudadanos. Ayudar, involucrarse, donar, participar en organizaciones… pequeños gestos que pueden marcar la diferencia.

Porque si seguimos barriendo a los pobres bajo la alfombra, llegará un momento en que la alfombra no alcance. Y entonces tendremos que ver, aunque no queramos, lo que siempre estuvo frente a nuestros ojos.

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