¿Alguna vez te has preguntado por qué cuando un día estás de buen humor de repente te dan ganas de comer solo ensalada y salir a caminar, mientras que otro día, con la misma comida en el refrigerador, terminas devorándote una pizza doble y quedándote tirado en la cama viendo una serie?
La diferencia está en cómo te sientes y en qué piensas en ese momento. La verdad, nuestra mentalidad y estado de ánimo tienen un poder impresionante (mucho más de lo que pensamos) sobre las decisiones que tomamos, incluso esas chiquitas que parecen sin importancia.
Cuando estamos sonriendo, felices y confiados, tendemos a tomar decisiones más sensatas, o al menos más saludables. Nos sentimos con ganas de cuidarnos, de hacer ejercicio, de elegir frutas en lugar de papas fritas y de tener una actitud positiva ante la vida. Es como si nuestro cerebro estuviera en modo "todo puede mejorar" y eso nos ayuda a hacer elecciones que, a largo plazo, nos pueden convertir en la mejor versión de nosotros mismos.
Pero cuando estamos en modo "Uff, qué día", "Todo me da igual" o con el corazón hecho un nudo, nuestra mente se vuelve un poco más loca. La motivación se va por la ventana y las decisiones impulsivas aparecen como hongos en un bosque después de la lluvia. Por ejemplo, en esos días terminas viendo tres temporadas de tu serie favorita en una sola noche y comiendo helado, o prometiéndote que mañana empezarás a cuidarte.
Lo cierto es que justo esos momentos de bajón emocional nos llevan a decisiones que, si se vuelven frecuentes, pueden tener consecuencias serias en nuestra salud física y mental.
El problema no es solo el momento en el que decides saltarte el entrenamiento o comerte esa hamburguesa con queso extra, es que, a largo plazo, esas pequeñas decisiones acumuladas pueden convertirse en una especie de "dieta emocional" que nos hace sentir peor, con menos energía y hasta con problemas de salud, como hipertensión, ansiedad o esa sensación de no ser capaces de controlar nada.
La buena noticia es que podemos entrenar nuestra mente como si fuera un músculo, aprender a estar más en equilibrio y gestionar esas emociones, y no dejar que el estado de ánimo nos gobierne sin derecho a un debate.
Así que, ¿qué podemos hacer? Primero, ser conscientes de cómo nos sentimos en cada momento. No pasa nada si un día estamos bajoneados; lo importante es no quedarnos ahí. Buscar la manera de cambiar esa mentalidad aunque sea con una sonrisa, una respiración profunda o recordando que mañana quizás nos levantemos con ganas de comer ensalada y correr un kilómetro, o por lo menos caminar con estilo.
Recuerda que nuestras decisiones diarias son como los ladrillos de nuestro castillo personal. Si elegimos bien la mayoría del tiempo, estaremos construyendo un lugar sólido, fuerte y lleno de cosas buenas a largo plazo. Pero si dejamos que las emociones negativas tomen el control, podemos terminar con una especie de castillo de naipes, listo para colapsar en cualquier momento.
Así que, la próxima vez que te veas en ese momento de tristeza o irritación, recuerda que tú tienes en tus manos la posibilidad de decidir si te comes el chocolate que seguramente te está llamando desde la cocina, o la caminata, o cuáles son las mejores opciones del día.
Recuerda que el poder está en ti, y con un poquito de humor y autoconciencia seguramente podrás tomar decisiones que te hagan sentir mejor contigo mismo y, a la larga, vivir una vida más saludable y feliz.
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