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APOLOGÍA POR EL CIVISMO

ARTEMISA BELMONTE.-

A menudo me pregunto si hemos perdido por completo nuestra forma de convivir en el mundo. ¿Por qué ya no somos educados? Yo, por mi trabajo, viajo de forma regular y llama mucho mi atención las formas del viajero mexicano.

Caminando en los aeropuertos, veo muchos asientos para sentarse, algunos ocupados por personas, pero otros por mochilas y bolsas… ¿estarán muy cansadas estas mochilas? No estoy diciendo que la gente ponga sus pertenencias en el piso, pero, en vez de colocar una bolsa en nuestro regazo o sobre la maleta, preferimos quitar un lugar donde alguien podría sentarse.

A todos nos entretiene nuestro teléfono y consumimos contenido en internet: videos, música, audios de WhatsApp, etc. Eso casi todos lo hacemos, pero ¿no sería correcto usar audífonos? Contribuimos considerablemente al ruido ambiental, pero no nos importa.

Ni hablar de la actitud de bloquear los pasillos de los aviones queriendo ser el primero en salir (para ir a esperar la maleta abajo, en la banda de equipaje). No entiendo la desesperación de querer salir antes que los demás, que también pagaron un boleto y un asiento.

En la calle, las vialidades las hemos declarado propiedad exclusiva de los vehículos. Nuestra cultura carrocentrista le ha declarado la guerra a los ciclistas. Si llueve, cualquier persona que camina corre peligro de llegar manchada de agua sucia a su destino por algún auto que tenía mucha prisa y no se fija que en las banquetas hay peatones. Nos metemos a las filas sin recato alguno y sin escuchar el reclamo del que se formó primero.

En los comercios, cada vez es menos la gente que te saluda o te sonríe. La atención a clientes se compra en lugares turísticos que viven de las propinas; si no estás en esos lugares, mucha suerte. En el cine, a la gente ya no le molesta hablar durante una película, sacar su celular con la pantalla a todo brillo o dejar su teléfono prendido, interrumpiendo la experiencia de los demás.

Nuestro individualismo está acabando con la convivencia social y con nuestro civismo. Hemos caído en la trampa de creer que lo personal es independiente de lo colectivo. Mi reflexión con este artículo, para mí y para todos los que nos leen, es replantearnos nuestra convivencia con el mundo, con la gente que no conocemos. Una sociedad moderna e incluyente piensa en los demás y en cómo hacer de este un lugar mejor para todos, no solo para uno.

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