Cada 25 de noviembre encendemos una llama colectiva que, por más que duela, no podemos permitir que se apague: la memoria de las mujeres que ya no están y la lucha por todas las que aún seguimos aquí. Este día no es una conmemoración más en el calendario. Es un recordatorio incómodo, urgente y profundamente político de que la violencia contra las mujeres no ha terminado; de hecho, sigue transformándose, adaptándose, volviéndose más sutil en algunos espacios y más cruel en otros.
Y justo por eso existen los 16 Días de Activismo contra la Violencia de Género, del 25 de noviembre al 10 de diciembre. No son una campaña simbólica ni una serie de posts naranjas en redes. Son un llamado global para incomodarnos, cuestionarnos y actuar. Porque la violencia no descansa y nosotras tampoco podemos hacerlo.
En México, la realidad es fuertísima: cada día, diez mujeres son víctimas de feminicidio; más del 70% hemos vivido al menos un tipo de violencia, y la mitad de las mujeres que se atreven a denunciar se encuentran con autoridades que minimizan, ignoran o revictimizan. Y aun así, seguimos. Seguimos marchando, hablando, nombrando, gritando, acompañando, sosteniendo y reconstruyéndonos después de cada batalla.
Pero los 16 Días de Activismo no solo hablan de violencia; hablan también de nuestra resistencia. De cómo las mujeres hemos creado redes, colectivas, espacios seguros y acompañamientos que han salvado miles de vidas. Hablan del poder de unirnos, de educar a nuevas generaciones, de cuestionar estereotipos, de exigir presupuestos, justicia y políticas públicas que no se queden en el discurso.
La violencia contra las mujeres ya no es únicamente física o visible. Hoy también se manifiesta en el espacio digital, donde 9 de cada 10 víctimas son mujeres; se presenta como violencia vicaria, que aumentó 167% en un solo año; o como violencias tecnológicas más nuevas: rastreo sin consentimiento, manipulación de dispositivos o incluso el uso de inteligencia artificial para crear imágenes falsas y dañar reputaciones. La violencia evoluciona y nuestras leyes, instituciones y sistemas de justicia no lo hacen con la misma velocidad.
Hay una dimensión que pocas veces se nombra: el costo emocional y económico. ONU Mujeres estima que la violencia de género les cuesta a los países entre el 1% y el 4% del PIB. Pero ese número no alcanza a reflejar el cansancio crónico, la ansiedad, el miedo, la depresión o el estrés postraumático que sufren tantas mujeres. En México, el 65% de quienes viven violencia no pueden dejar a su agresor por dependencia económica. No estamos hablando solo de golpes; estamos hablando de vidas condicionadas por el control, el miedo y la falta de oportunidades.
Aunque en los últimos años México ha avanzado en reformas importantes -desde órdenes de protección más ágiles hasta leyes sobre violencia digital y vicaria-, la impunidad sigue siendo la regla: 9 de cada 10 delitos contra mujeres quedan sin castigo. La brecha entre lo que se promete y lo que realmente sucede es tan grande que, para muchas mujeres, denunciar sigue siendo más riesgoso que quedarse calladas.
En medio de esta realidad tan dura, hay algo que nunca deja de sorprender: la fuerza de las mujeres. Su capacidad de reconstruirse, de tender redes, de cuidar a otras, de sobrevivir, de transformar el dolor en movimiento. No debería ser así. Pero mientras el mundo termina de cambiar, nosotras nos seguimos levantando.
Que estos 16 días no pasen de largo. Que nos sirvan para mirarnos, para incomodarnos, para actuar y para recordar que la violencia no es inevitable: es cultural, aprendida, permitida… y por eso mismo puede desmontarse.
Que esta sea una invitación a cuestionarnos, a acompañar, a cuidar y a exigir un país donde todas las mujeres podamos vivir sin miedo. Porque lo que está en juego no es una estadística: son nuestras vidas, nuestros sueños, nuestras historias y nuestro derecho más básico: vivir en paz.
Sigamos hablando, haciendo ruido y abriendo conversaciones que transforman. Porque solo juntas podemos cambiar las reglas del juego.
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