Con los años, la vida te va enseñando que la verdadera sabiduría no está solo en lo que aprendemos, sino en lo que dejamos de dar por hecho. Hoy, después de todo lo que hemos vivido -pandemias, pérdidas, cambios inesperados, retos personales y coletazos económicos y sociales que aún seguimos sorteando- me doy cuenta de que, más que volverme "más sabia", me he vuelto más consciente. Más tranquila. Más selectiva con mis batallas. Más cuidadosa con mi energía.
Pero, sobre todo, me he vuelto más agradecida.
Tal vez sea la edad, tal vez sea la experiencia, o tal vez sea que el mundo ya no es el mismo y nosotros tampoco. Lo cierto es que hoy valoro muchísimo esas pequeñas cosas que antes pasaban desapercibidas. Cosas que miles de personas -en mi ciudad, en mi país, en el mundo- no tienen. Y por eso quiero compartir un Decálogo de los Afortunados versión 2025, para recordarnos todo eso que seguimos teniendo y que merece ser celebrado cada día.
Tienes un hogar que te protege. En un mundo donde la incertidumbre sigue tocando puertas, donde las ciudades cambian, los precios suben y tantas personas viven desplazadas o sin un lugar fijo, tener un techo seguro es un privilegio enorme. No es solo una "casa": es un refugio emocional, un espacio de paz, tu santuario.
Despiertas cada día con vida y con salud. Hoy, después de todo lo que vimos en aquellos años de pandemia y después de tantas historias cercanas de enfermedades y luchas silenciosas, la salud dejó de ser un concepto abstracto. Sentirte bien, moverte sin dolor, poder trabajar, estudiar, caminar… eso es un regalo diario. Abrir los ojos cada mañana es un milagro que a veces olvidamos agradecer.
Puedes comer todos los días. En un mundo donde la desigualdad se volvió más evidente que nunca, donde millones viven en inseguridad alimentaria y donde los precios de lo básico suben sin parar, poder servirte un plato de comida tres veces al día es un privilegio inmenso. Comer no es solo nutrir el cuerpo; es también un acto de amor propio y de conexión con la vida.
Tienes la capacidad de desear el bien a otros. En tiempos donde las redes sociales, la polarización y el estrés nos empujan al juicio y al enojo, tener el corazón lo suficientemente tranquilo para desearle algo bueno a alguien -conocido o desconocido- es un signo de paz interior. Y la paz interior no es fácil de construir… ni de mantener.
Hay alguien que piensa en ti. En un mundo tan acelerado, donde la gente vive ocupada, distraída o agotada, que alguien te escriba para saber cómo estás, que te llame, que te espere, que se preocupe si no llegas… es un acto de amor. No es una molestia: es una bendición. Hay personas que se van de este mundo sin que nadie lo note.
Sigues teniendo sueños. No importa la edad, la etapa de vida o las circunstancias: mientras tengas algo que te ilusione, algo que quieras lograr, algo que te levante por las mañanas, estás vivo. Mucha gente ha perdido esa chispa; otras personas la buscan desesperadamente. Si tú aún sueñas, agradece ese motor interno que te empuja hacia adelante.
Hoy estoy convencida de que las cosas más sencillas siguen siendo las más importantes. Pero también son las que más se nos olvidan. Vivimos tan rápido, tan llenos de pendientes, de noticias, de preocupaciones, que damos por hecho lo esencial: lo que realmente sostiene nuestra vida.
Mientras escribo estas palabras, hay miles de personas que no tienen lo básico que nosotros creemos garantizado. Por eso, quizá la verdadera riqueza esté en aprender a mirar lo cotidiano con ojos nuevos. En agradecer. En no esperar a perder algo para entender su valor.
Porque, al final, lo afortunados que somos depende menos de lo que tenemos y más de nuestra capacidad de darnos cuenta.
"Qué afortunados somos quienes podemos ver, caminar, sentir, vivir.
Qué afortunados somos quienes no mendigamos un plato de comida
y tenemos un techo donde dormir. No imaginamos lo bendecidos que somos."
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